«La Calderona», fue el mote que desde Chiapas, en uno de los últimos comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, se le puso a Margarita Zavala, esposa del delincuente Felipe Calderón; y es así como habremos de referirnos a ella en nuestros espacios de ahora en adelante. Lo haremos porque entendemos que detrás de su inminente candidatura a la Presidencia de la República -por la libre o con el cártel del PAN- se encuentra Felipe Calderón Hinojosa que quiere regresar a gobernar un sexenio más. También tendremos que asociarla con la narcotelevisora que está impulsando su campaña, como hicieron en su momento con Calderón y después con el delincuente Peña Nieto. Es, Margarita Zavala, «La Calderona», la elegida por los que verdaderamente mandan, como su abanderada para usurpar nuevamente el cargo más alto en el país. Y, puede ser, con mucha posibilidad, que lo consiga. México no es Estados Unidos y acá, los poderes fácticos, mandan.
Creemos firmemente que nadie con buen corazón; nadie con un poco de vergüenza; nadie con un poco de dignidad y un gramo de empatía, sería capaz de ir a depositar un voto por «La Calderona». Miles de motivos puede haber para ello y no exageramos; pero existe uno que es, desde nuestro punto de vista, el más poderoso de todos ellos: «La Calderona» fue la ‘tablita de salvación’ para que su prima, la exdueña de la Guardería ABC, Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo, no pisara la cárcel y quedara, hasta hoy, impune el asesinato de 49 bebés, nuestros bebés, en la tragedia de aquél 5 de junio de 2009.
Abrazada de la figura presidencial y de «La Calderona», la primera responsable de uno de los dolores más grandes que como mexicanos hemos padecido, Marcia Matilde libró la cárcel; jamás fue siquiera implicada y todos los actores y autores intelectuales de aquél incendio, siguen libres. No ha habido justicia. Es por esto que creemos que, «La Calderona», que lleva en su conciencia la muerte de nuestros bebés, no puede, ni debe ser siquiera considerada por el pueblo mexicano, para ejercer ningún cargo, ningún puesto público y mucho menos el de más alto calado en México. «La Calderona», al igual que su esposo, tienen las manos manchadas de sangre.