Colgados, ejecutados, decapitados. Balaceras, terror en las calles, en las carreteras, en los caminos vecinales. Cientos de fosas clandestinas, miles de muertos. Miles de inocentes caídos en el fuego cruzado entre criminales. Masacres. Masacres calladas, como en Allende. Y en el centro de esta especie de campo de exterminio en que se convirtió Coahuila, está un apellido: Moreira. Humberto y Rubén, los dos últimos Jefes de Plaza del estado quebrado por la ambición y el saqueo de estos ladrones; que más allá de hundir en la violencia más espantosa a los ciudadanos, desviaron dinero del erario público para enriquecerse brutalmente y convertirse en los dos ladrones más grandes de la historia de Coahuila.
El delincuente Humberto, pensó que escapándose a España, dejarían de seguirlo sus crímenes atroces; que ya había pagado lo suficiente cuando asesinaron a su hijo, los otros criminales, los Zetas. Pero no fue así, porque sus delitos se tendrán que pagar en vida y es aquí donde tiene que rendir cuentas del blanqueo de capitales, de esos miles de millones de pesos que llevó desde Estados Unidos a paraísos fiscales y a España. Fue capturado, detenido como lo que es: un miserable delincuente. Hoy está en la cárcel.
Y de nada nos sirve a NOSOTROS que hoy, el hermano criminal de Humberto, Rubén, diga que no adelantemos juicios, sumándose a la voz de otro capo, el Jefe del Cártel del PRI, Manlio Fabio Beltrones, porque para la sociedad es muy claro lo que son estos dos y aunque traten de exculparse mutuamente, sabemos que Coahuila le debe su desgracia a ELLOS dos, precisamente.